LA TAZA DE ZEN: SOLTAR LASTRE Y LIBERARSE. EL DESAPEGO

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Seguro que alguna vez has experimentado esa sensación de poder sobre uno/a mismo/a al tomar perspectiva de las cosas y darte cuenta que o son más pequeñas de lo que parecían o, por el contrario, estabas apegado/a a algo totalmente prescindible. Y es en ese mismo instante cuando te das cuenta que todo, absolutamente todo, es relativo y que en su mayoría es como el humo cargado en una sala cerrada, al abrir ventanas y puertas, se disipa y la vista se nos aclara.

Tanzan y Ekido recorrían cierta vez un camino embarrado. Aún caía una fuerte lluvia.
Al doblar un recodo se encontraron con una hermosa muchacha que vestía kimono y faja de
seda, incapaz de cruzar el camino con un tobillo hinchado.
- Vamos, chica - le dijo Tanzan en seguida y, tomándola en brazos, la llevó por encima del fango.
Ekido no volvió a hablar hasta la noche, cuando llegaron al templo que le alojaría. Entonces ya
no pudo contenerse.
- Nosotros, los monjes, no nos acercamos a las mujeres - le dijo a Tanzan -, sobre todo a las que
son jóvenes y encantadoras. Es peligroso. ¿Por qué has hecho eso?
- Dejé a la chica allí, en el final del camino - respondió Tanzan - ¿Es que tú todavía la llevas a
cuestas?

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Cuanto nos cuesta soltar lastre.

Andamos por la vida con una mochila llena de recuerdos pasados, sueños futuros, preocupaciones grandes y pequeños dilemas.

Vamos de un lugar a otro aguantando chaparrones y allí donde llegamos, carreteamos problemas y más problemas. Le damos vueltas a todo y cuando deberíamos estar en consonancia con lo que hacemos, seguimos aguantando el peso de todo lo que nos acongoja.

Y lo que más nos cuesta es soltar aquello que hemos perdido. Ya sean objetos físicos o inmateriales.

Cuando perdemos, nos es aún más difícil dejar ir. Soltar lastre. Sin soltar lastre, nos hundimos más y más en las profundidades, o no alzamos vuelo y nos mantenemos en tierra. Nos perdemos entre nuestro abrumador torbellino que vivimos día a día.

Con sólo soltar esa piedra que tanto pesa y tanto nos obsesiona, reflotamos.

Y de repente, aire.
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Tener, adquirir, conseguir... acumular.

A lo largo de nuestra existencia acumulamos infinidad de cosas, y la mayoría quedan depositadas en el olvido hasta que un día se pierden entre polvo.

Hay un pasaje precioso y revelador que leí en uno de los aprendizajes del maestro Eihen Dogen (1200-1253) del texto Keisei Sanshoku, Shobogenso.

Nos sitúa en el aprendizaje de un monje llamado Xiangyan, y a la pregunta (koan) que su maestro Guishan Lingyou le propone: “Eres muy inteligente e instruido. Responde, sin consultar tus tratados de erudición: ¿Qué eras antes de que nacieran tus padres?”

El maestro le propone esta pregunta puesto que el chico le reconoce que conoce el camino del zen porque ha leído innumerables libros y textos que hablan de ello y que dispone en su erudita biblioteca: “Xiangyan lo intentó una y otra vez, pero no pudo encontrar la respuesta. Olvidando su propio cuerpo y su propia mente, se entregó a la búsqueda de la respuesta.  Aunque consultó a los muchos libros que había acumulado durante años, de nada le sirvió. Abandonó todos los libros y se dijo: un pastel de arroz pintado en un cuadro no satisface el hambre. Ya no trataré más de comprender la vía del Buddha en los libros. A partir de ahora seré solo un monje cocinero."

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Este fragmento no significa que tengamos que quemar todas nuestras posesiones, ni mucho menos, ni que tengamos que abandonar a la intemperie todo lo que tenemos. Pero sí pone de manifiesto la importancia desmesurada que le damos a ciertas cosas que no tienen más que una función, y no es la de liberarnos, puesto que la liberación es precisamente desposeerse de dichos objetos.

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Y ahora presento la gran palabra: liberación.

El maestro tibetano Gueshe Kelsang Gyatso (1931-), en Introducción al budismo, nos la define:

“...es el estado de paz interior permanente que se alcanza al abandonar por completo las perturbaciones mentales. Cuando [...] nuestra mente se libera por completo de los engaños [...] se transforma en la liberación o nirvana. A partir de ese momento estaremos libres del samsara y de sus sufrimientos”.

Si lo traemos a nuestro territorio más mundano, sin querer entrar demasiado en conceptos más budistas, lo que conseguimos al dejar ir todas nuestras preocupaciones es una verdadera paz que nos inunda y nos libera.

Seguro que alguna vez han experimentado esa sensación de poder sobre uno/a mismo/a al tomar perspectiva de las cosas y darse cuenta que o son más pequeñas de lo que parecían o, por el contrario, estábamos apegados/as a algo totalmente prescindible. Y es en ese mismo instante cuando te das cuenta que todo, absolutamente todo, es relativo y que en su mayoría es como el humo cargado en una sala cerrada, al abrir ventanas y puertas, se disipa y la vista se nos aclara.
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Sufrimos muchas veces porqué nos obligamos a sufrir. Y cuando realmente entendemos qué es el sufrimiento, mucho de lo vivido y poseído se empequeñece y pierde valor. ¡Qué bonito es conocer a la gente con quien compartimos experiencias que nos han marcado! Nos dan a entender que no estamos solas/os.


Pero para liberarnos, hacen falta dos acciones importantes: Renuncia y aceptación.

Desde el momento en que nacemos hasta nuestro final, hay una renuncia inherente que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, y nuestra actitud hacia ella es de absoluto rechazo y trauma.

En el mismo libro ya citado, el maestro Gueshe Kelsang Gyatso nos expone:

“... tenemos que erradicar el aferramiento propio de nuestro continuo mental. Para conseguirlo, hemos de adiestrarnos en la sabiduría superior, que depende del entrenamiento en la concentración superior, que a su vez depende de la práctica de la disciplina moral superior.”
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Vivimos en una constante renuncia vital: al nacer se nos desprende del seno de nuestra madre; en la vejez la vitalidad y la energía nos faltan, se nos escapan; las enfermedades que padecemos a lo largo de los años nos consumen y agotan nuestra salud; y la muerte en sí misma es la renuncia final.

Sin saberlo nos pasamos el tiempo conociendo qué es renunciar, pero lo hacemos tan naturalmente que no nos paramos a aceptarlo, a ser totalmente conscientes de lo que es la pérdida y lo que conlleva, y a aceptar que nada es permanente y que todo tiene un final.

Si nos apegamos a la idea de que todo lo que nos rodea y está a nuestro alcance siempre estará allí, estamos predestinados a un final dramático.

Si por el contrario nuestra actitud y predisposición es disfrutar y entender que todo tiene un principio y un final, el dolor a la pérdida y posterior desapego será más pacífico. Incluso, me atrevo a afirmar, positivo.

Tendría que ser nuestro mantra: disfruta de las cosas tal como son ahora. Nunca serán mejor que en este preciso momento. No esperes.

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Sé perfectamente que no es fácil tener una visión de la vida con esta perspectiva cuando el mundo que nos rodea está cargado de miles y miles de estímulos y recordatorios sobre “lo que no tienes” y “lo que deseas”, ya que “internet” lo sabe todo sobre nosotras/os, ¿verdad?.



El maestro Dogen dijo una vez:“Aunque todo tiene la naturaleza de Buda, amamos la flores y no hacemos caso a las malas hierbas”. (Extracto de “Mente Zen, mente principiante”; Shunryu Suzuki (1904-1971)).

Si en todo hay la naturaleza de Buda significa que tanto en la belleza de las flores está dicha naturaleza, como lo está también en las malas hierbas, y la propia naturaleza de Buda es apego y desapego. Es entender y disfrutar lo justo y necesario de cualquier fenómeno sin que nos consuma el apego.

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En el libro “Silencio” de Thich Nhat Hanh (1926-), nos comenta al respecto:

“Como cualquier otra cosa en el mundo, los pensamientos son impermanentes. Si no te aferras a ellos, surgirán, se quedarán unos momentos, y luego desaparecerán. Aferrarte a los pensamientos y cobijar deseos por cosas como la riqueza, la fama o los placeres te producirá apetencias y apegos que te llevarán por senderos peligrosos [...] Advertir los pensamientos y los deseos, dejando que lleguen y se vayan, te da el espacio para alimentarte por dentro y conectar con tus aspiraciones más profundas.”

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Todo este camino es sencillo de realizar y llegar, pero no es fácil de conseguir. Tenemos una de las herramientas perfectas para poder trabajar estos pensamientos y deseos: el Zazen.

Sentarse a meditar y, a través del flujo y ritmo de nuestra respiración, entrenar esa quietud que nos permite dejar que el pensamiento venga, pase por delante y se marche. Tal como lo haría una hoja que cae en el río y pasa frente a nosotros/as y se escapa, rio debajo, de nuestra vista.

Y esta es la sencilla gran práctica que nos propuso Buda y nos han propuesto todos los maestros, y que he comentado en párrafos anteriores con los textos del maestro Gyatso.
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Para conseguirlo, no obstante, hay que ser consciente y aceptar primero nuestra situación actual. Cómo estamos y dónde vivimos.

No debemos caer en falsas y extremistas soluciones como la pobreza extrema (por decisión propia), ya que hay necesidades biológicas a cubrir, y el sufrimiento que padeceremos no nos traerá la paz que buscábamos en desposeernos de todo; o el cambio constante de vida o entorno, puesto que no es más que un desapego apegado a un deseo de búsqueda de algo que nos satisfaga, lo cual conlleva a una inevitable insatisfacción perpetua.
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Mi maestro Lluís Nansen Salas (1965-), maestro del Dojo Zen Kannon de Barcelona, en su libro “Mindfullness Zen” nos expone:

“Aceptar significa aceptarlo todo igual, aceptar nuestras  circunstancias actuales, nuestra salud, nuestros sentimientos y emociones, sin intención de cambiarlo.” Y aquí entramos en terreno pantanoso, ya que vivimos en tiempos (sobre todo en occidente) donde nuestros mayores sufrimientos, dudas y miedos están en nuestros pensamientos y emociones. En nuestras relaciones con los demás. ¿No debemos sentir? ¿Tenemos que renunciar a nuestras emociones y sentimientos? ¿Hay que evitar socializarse para no apegarse a las personas?"

Nansen Salas prosigue:

“No hay que confundir (la aceptación) con la resignación. No significa que renunciemos a cambiar las  condiciones de nuestro entorno, estamos hablando de una actitud.”

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Como seres humanos debemos sentir.

Es importante que sintamos y nos impregnemos de las emociones, pero no significa apegarnos a ellas y que nos abrumen y consuman.

Debemos tener la consciencia preparada para saber hasta qué punto hay que sentir, observar y dejar ir.

Solo de esta forma seremos capaces de mantener a raya los sentimientos que posteriormente puedan arraigar tan profundamente en nuestra mente, que abruman nuestro día a día y no nos dejan estar presentes y disfrutar.

En este momento siempre pienso en la película de Christofer Nolan de 2010, Orígen.

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El maestro Lluís Nansen Salas finaliza la exposición sobre la aceptación con el siguiente párrafo:

“Una vez hemos aceptado en el presente nuestro estado de salud, estado de ánimo, emociones y cualquier situación imprevista, estamos preparados para dar lo mejor de nosotros en la acción. [...] Dejar ir es no seguir los pensamientos, no adherirse, no identificarse [...] pero es importante que este dejar ir sea sin intención, porqué si hay intención, entonces, se trata de renuncia.”

Quiero finalizar el artículo dejando bien claro que vivir sin apegarse no significa en ningún caso vivir sin objetivos ni sueños.

No hay que estar esperando a que llegue “el momento” pero podemos hacer nuestro andar hacia un posible sueño u objetivo. Sencillamente éstos no deben ser nuestro motivo de existencia exclusivo.

Querer algo en la vida y no conseguirlo no debería suponer un fracaso si no una forma de aceptar y entender que no debemos depender de un futuro incierto y así poder vivir el presente sin una mochila que nos asfixie por no querer soltar todo lo que no nos ayuda a andar más recios, libres y en paz con nosotras/os mimas/os.

“Es bueno tener sueños, pero no deben invadirnos hasta el punto de olvidarnos de disfrutar de lo que poseemos aquí y ahora.” (“El Zen del Té”; Nicolas Chauvat).

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Si te interesa la filosofía zen, te recomendamos que te acerques a un dojo para iniciarte en esta práctica: Nosotros conocemos y recomendamos venir al Dojo Zen Kannon de Barcelona: www.zenkannon.org

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